Ir al contenido principal

Gamma

Era doloroso. Brutalmente doloroso. Apenas duraba cinco segundos y, sin embargo, la sensación de desgarro era inhumana. La respiración moría entre dos vidas, provocando que, el paso de Humano a Licántropo, fuese rápido. A veces, incluso demasiado. 


Todos y cada uno de los huesos se deformaban para, posteriormente, quebrarse en diminutas astillas. Astillas que, una a una, volvían a unirse y solidificarse, modificando el esqueleto humano. La caja torácica se expandía para dejarle hueco a unos pulmones más grandes, más potentes, más enérgicos. El corazón quintuplicaba su bombeo y sus latidos retumbaban, como tambores en guerra, contra un pecho de puro músculo fibroso. La piel se cubría de un pelaje espeso, que solía variar de tonalidad en función de la estación del año en la que se encontrasen . La mandíbula se volvía prominente, lobuna, y los dientes se retorcían, hasta configurar una dentadura peligrosa, de depredador sin escrúpulos. Letal a más no poder. Las piernas, arqueadas, terminaban en dos pezuñas robustas y, las manos, se convertían en garras capaces de destrozar 


A la inversa, el dolor era aún peor. No solo porque dejaban de ser una Bestia, sino porque, con la desnudez humana, también llegaba la vulnerabilidad. El cuerpo sin armadura de lobo. Frágil. Y, sobre todo, una situación de riesgo si el proceso sucedía en un lugar inapropiado.


La plata, impactando sobre sus cuerpos de Licántropos, les provocaba una sensación similar a una descarga eléctrica. Tras varios, el cuerpo no lo soportaba y la transformación se volvía intermitente. De Licántropo a Humano. De Humano a Licántropo. Y vuelta a empezar durante unos minutos que se hacían interminables. Utilizándola en su forma humana, la evitaba por completo. Por ello, en los últimos años, la Hermandad Roja se había vuelto experta en la fabricación de grilletes, cadenas, collares de contención y de cualquier objeto capaz de causarles daño. 


- Es una masacre… - Nanik murmuró bajito, deseando que su voz fuese un susurro. Las palabras se le atragantaron en la garganta y, como respuesta, la pequeña que llevaba en su vientre, se revolvió haciendo volteretas en su líquido amniótico. Mentalmente, le tarareó la canción que siempre lograrla calmarla: "No sé si he hecho bien en traerte a este mundo de locos. Ya quiero matar al primero que te haga llorar. No sé si he hecho bien, pero cuando te miro a los ojos… El mundo parece más grande y yo puedo volar…" - ¡Joder! 


Había mujeres embarazadas. Y niños. Colocados en fila, con las muñecas atadas a la espalda, unidas con cuerdas hiladas en plata. Todos habían sido ejecutados. Diminutos orificios, rodeados por un halo grisáceo, parecían haberse convertido en un tercer ojo vacío sobre sus frentes. 


Los centinelas estaban desnudos, desperdigados por el campamento, como si un anciano hubiese estado tirando miguitas a los patos en todas las direcciones. Sobre la piel, ya putrefacta, aún se podía distinguir diminutos tatuajes provocados por las balas de plata. Dibujos que simulaban relámpagos explotando sobre sus cuerpos, enroscándose sobre sí mismos, hasta provocar una sobredosis del mortal metal. 


Aquel campamento había aparecido por casualidad, mientras buscaban un lugar seguro para pasar el resto del día y, durante unas horas, establecer el suyo propio. Dos días atrás, Álvaro había optado por alejarse de Bell. Ir en dirección contraria. Dejarla sin un escudo protector. Sin defensa. Por la supervivencia de la manada. 


- Será mejor que los enterremos… - La loba se giró con rapidez, tratando de que, el muchacho de dieciséis años que la acompañaba, no sintiese la inquietud que le retorcía el alma. - Y que… 


De pronto, un proyectil impactó en un pecho adolescente, atravesando las costillas con suma facilidad y, cuando llegó al corazón, explotó en diminutas piezas de metralla. Y, sin apenas percatarse de su propia muerte, el muchacho se desplomó en el suelo. 


Nanik se quedó paralizada. A lo lejos, escuchó el aullido gutural de Álvaro explotar de rabia contenida. De incertidumbre. De dudas por las decisiones tomadas. Y, sobre todo, de dolor. 







Nota: La canción que tararea Nanik es de Conchita. Se llama "El Viaje".

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lágrimas De Unicornio

Alguien

Sin Pecado Concebida