- ¡Un hombre se enamoraría de una mujer aunque esté como una cabra! - Bajo el amparo de aquella danza en honor al Dios Baco, una media sonrisa se asomó a los labios de R con disimulo mal disimulado. Sin embargo, solo fue una diminuta fracción de segundo. Un instante después, como si hubiera sido descubierto con la guardia baja, la seriedad regresó al rostro del pelirrojo. - Ese tobillo todavía no está curado del todo… ¡Deberías dejar de girar como una peonza!
Un largo bufido infantil se escapó de la garganta de Bell. Sus ojos color avellana se estamparon contra el azul de los ojos que la observaban con severidad, lanzándole una extraña mirada que R no supo cómo descifrar.
Molesta, la joven le dio un puntapié a la lata de cerveza con el pie vendado y, acto seguido, se dejó caer sobre la esteriilla. Sin ni tan siquiera un "buenas noches", le dio la espalda y, como si fuera una oruga haciendo un capullo, desapareció bajo el saco de dormir.
Un escalofrío recorrió la espinal dorsal de R, un frío interno que se hizo fuerte en su estómago, hasta tener la sensación de que una garra helada le apretujaba el corazón. Confuso, por el mensaje que no había sido capaz de captar en los iris de Bell, la imitó.
Las dos esterillas parecían estar más alejadas que nunca desde el inicio de aquel viaje. Y, como si un fantasma silencioso hubiera decidido vigilarles, ninguno de los dos pudo dormir en toda la noche.
A lo lejos, aulló un Lobo. La manada esperaba a su Alpha. Y Bell… Bell sabía que, tras finalizar su misión, tendría que regresar a su forma licantrópica y liderarla.
A Ricardo.
Por su Amistad.
Es el primero que leo escrito por ti, pero me ha gustado mucho. ¡Quiero saber más!
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