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La Dadora De Sangre (Primera Parte)

 Sus pasos resonaban en las calles vacías de la ciudad. Las sombras de la noche se proyectaban en las paredes de los edificios y la luna se escondía entre las nubes que amenazaban tormenta.
Se paró y miró hacia atrás.
Nadie la seguía.
Palabras lejanas llegaron a su cabeza, formando imágenes que no la habían dejado dormir en las últimas semanas.


-  ¿Estás segura?

Ella asintió.
Los ojos rojos de Anuk brillaban entre las velas que iluminaban la habitación. Sonreía diabólicamente. Aquella situación debía divertirle. La Muerte era su trabajo. La Magia su vida.

- ¿Conoces las consecuencias? Dime… Asalhia… ¿Las conoces?
- No.
- Si dudas en algún momento de tus sentimientos… Morirás. Si te arrepientes durante el proceso… Morirás. Serás presa de una terrible agonía. Y él, también. – Se calló, dándole tiempo a que asimilase sus palabras. - ¿Crees que merece la pena?
- ¿Tú lo harías? – Asalhia lo miró desafiante.
- No, por supuesto que no. Elegí la Magia Negra y no tengo remordimientos.
- Por eso lo hago yo… No soy como tú. Y sí, estoy segura de lo que siento.

Anuk podía ver su miedo, miedo a la Muerte, pero a pesar de ello, sabía que no mentía.

- De aquí a dieciocho días, vendrás a verme. La Luna estará llena y su influencia mágica será mayor. Ven, antes de las doce, con la medianoche comenzará el ritual y ya no habrá vuelta atrás.

Faltaban quince minutos. Si no se daba prisa, llegaría tarde.           


- ¿Qué haces aquí? ¿No tenías que hacer una entrega? – El chiquillo lo miró con cara atolondrada y volvió a fijar la vista en el suelo. – Tomás, ¿Qué ocurre?
-  ¿Recuerdas a la chica que vino esta tarde? – Su padre asintió. – Me dijo que, la nota que debía entregar, era muy importante… Pero no recuerdo si me dijo que debía llevarla a las 11:30 o las 12:00 de esta noche…

Tomás parecía preocupado, le gustaba ayudar a su padre y aquel estúpido despiste era un problema, no solo para ellos, cuyo prestigio quedaría algo tocado, sino también para el cliente. Su lema era: No importa si llueve, truene o nieve, su pedido estará en su destino a la hora indicada.

-  Quizá si era tan importante como aseguras, será mejor que lo lleves a las 11:30.
-  Sí, tienes razón, padre.

Tomás cogió el sobre sellado de encima del mostrador y echó a correr.
Al pasar por la plaza, se paró para ver el reloj que coronaba la fachada del ayuntamiento.

-  Las 11:20… Vamos, Tomás… Tienes diez minutos para cruzar la ciudad...

Resopló por el esfuerzo y la carrera que le esperaba.
Un coche de caballos se cruzó en su camino y algo se removió en su estómago. Una sensación de premura se apoderó de su mente.
Ojalá tuviese un caballo, así nadie podría detenerle.


Apretó los nudillos e hizo acopio de valor.
Llamó a la puerta y, ésta, se abrió al momento.

-  Sabía que vendrías…

Asalhia, miró las estrellas y el cielo nocturno, y oró en silencio a las Hermanas.
Se tocó el cuello, al palparlo desnudo, recordó que no llevaba su amuleto


Sonrió con afecto al pasar sus dedos por aquel libro. Sus yemas dibujaron el pentáculo en relieve de la cubierta de cuero y volvió a dejarlo sobre la mesa del salón.
Debía hacer frío, pues las ventanas del salón estaban llenas de escarcha.
Pasó la palma de la mano por el cristal, limpiando el vaho que producía el calor de la chimenea al contacto con la helada superficie. Nada.
Muchos siglos después, aún no se había acostumbrado a no ver su reflejo.
Pequeños copos de nieve comenzaron a flotar ante él, pronto, la calzada sería una alfombra blanca.
Vio a un niño correr al final de la calle.
Se estremeció.
Él una vez también lo fue. Hacía ya tanto de eso…
Una infancia rodeada de soledad era lo que le había empujado a elegir la Oscuridad como compañera de juegos, un lugar donde nadie le perturbaba.
Un padre borracho y una madre que se pasaba las horas fuera de casa, fregando suelos para ricos, habían sido los protagonistas de aquella infancia que, se suponía, debía ser feliz.
Nunca dudó de que aquel camino sería el correcto para él. Su alma, podrida y putrefacta a causa de aquellos malos momentos vividos, se había alimentado con sueños rotos y miedos escondidos en lo más profundo de su ser. Eternidad y poder. ¿Qué más podía pedir?
Nunca se arrepintió de ser lo que era, hasta que la conoció, pues en su interior sabía que si fuese un hombre mortal, todo sería más sencillo. Aunque, también sabía, que sin aquello, él nunca hubiese vivido lo suficiente para conocerla.
Su sonrisa era Luz. Él, que nunca creyó en los humanos, se había encontrado con una que se había convertido en todo su Mundo.
Daría su inmortalidad por ella.
Por perderse en su mirada, una sola noche.
Ella era su salvación, porque a su lado, olvidaba todos aquellos años de muerte y destrucción que sembró a su alrededor.
Lo amaba.
A pesar de todo, ella había visto todo lo bueno que tenía y que nadie más se había atrevido a descubrir, pues ello implicaba viajar a lo más profundo de su Oscuridad.

Como ecos de un pasado cercano, los recuerdos le emocionaron:

Asalhia le tocó el hombro.
Y él se giró con brusquedad, haciendo que ella retrocediese asustada.
El aire y la lluvia mordían su piel, haciéndola parecer frágil.

-  ¡Te dije que no me siguieses! – Le gritó. – Asalhia, soy un Vampiro...

Su voz retumbó entre las lápidas del cementerio.

-  Un asesino. Mato por hambre. Mato a las niñas tontas e idealistas como tú... – Necesitaba herirla, para poder alejarla de él. Lo que quedaba de su corazón humano se partía ante su mirada cargada de dolor, pero mantenerla a su lado era peligroso para los dos, sobre todo para él.

Dio un paso al frente y luego otro, hasta situarse delante de Mihael.

-  Dime que no me amas.

Silencio.

-   Mihael, dime que solo he sido una muñeca entre tus manos, que nunca has sentido nada por mí... – Se detuvo, para coger fuerzas. – La única forma que tienes para alejarme de ti es arrancándome el corazón... – Abrió su abrigo y sacó un estilete de su bolsillo. Y después, con lentitud pasmosa, se cortó deslizando el estilete desde el hueso de la clavícula hasta donde su escote perdía el nombre.

Sintió el aroma de la sangre y sus colmillos reaccionaron ante el líquido escarlata. Abrió la boca para hablar y solo pudo mostrar sus colmillos. No.

-  Mátame y serás libre. Yo y todo eso que dices no sentir hacía a mí, morirá.
-  ¿Por qué? – No entendía como aquella mujer era tan sumamente cabezota. - ¿Por qué yo?

Mihael sabía que no podía formular la pregunta que ardía en su pecho de otra manera. ¿Cómo transformar en palabras todo lo que ella le hacía sentir? Estaba enamorado. Ella juraba que también. ¿Cómo creer que una mujer como aquella  había posado sus hermosos ojos en él?

- Te amo. Mihael… No me importa lo que fuiste, me importa lo que eres cuando estás conmigo...
-  Tanta brujería te ha nublado el cerebro. – Le espetó. – Maldita seas tú y tus hechizos…

Las lágrimas ardían en los ojos de Asalhia y Mihael lo sabía. Si hubiese podido llorar, él también lo haría.
Si la dejaba marchar, se arrepentiría para siempre. Y si no lo hacía, sabía que lo pagaría muy caro.
Era la primera vez en quinientos años de existencia que sentía miedo y eso le hizo temblar. Cayó al suelo y se hizo un ovillo.

- El Amor más Puro no puede ser creado con Magia. Te Amo, Mihael. Y te amaré hasta el final de mis días…

El timbré apagó la voces de sus recuerdos.
Un pitido insistente que le perforaba los oídos.
Se dirigió presuroso hacia el recibidor y al abrir la puerta, se encontró con Lahhel.


-  Desnúdate.
-  ¿Qué?- gritó Asalhia escandalizada.
-  Si te preocupa que me abalance sobre ti, tranquila. Hace mucho tiempo que abandone los placeres de la carne por los de otro tipo…

Asalhia sostuvo la mirada de indignación que Anuk le lanzó y cogió la sábana de raso blanco que le tendió.

-  Después, tápate con esto.

Se quedó sola en un pequeño cuarto que olía a humedad y a viejo. Una silla y un espejo, cubierto por una tela roída, eran los dos únicos objetos que había en la habitación.
Atraída por los reflejos que escapaban por los rotos del trapo, retiró la tela y observo la imagen que, el espejo, le devolvía de ella misma.
Durante un minuto, pensó que todo aquello era una locura.
Un segundo después, dibujo con letras invisibles el nombre de Mihael en el espejo y éste, se lo mostró: Estaba en casa, esperándola.
Esa sería la última vez que vería su rostro y la última vez que haría uso de su magia.
Rompió el hechizo y su rostro apareció de nuevo en la superficie de cristal.
Se contempló, aquel era el acto final.
Hacía mucho tiempo que le prometió a Mihael que lograría que volviese a ver la Luz y no le fallaría. Sabía que la salvación de su propia Alma no era tan importante como devolverle a Mihael la Esperanza.
No sabía cómo había llegado a amarlo tanto, cómo había logrado romper cada una de las barreras que había construido para proteger su corazón.
Cuando lo conoció, supo que su destino estaba ligado al de él. Y eso le asustaba, pues Mihael, aún estaba bajo los efectos del desamor, y a pesar de, asegurarle, que sus sentimientos hacia Berenice estaban muertos y enterrados, no pudo evitar pasar noches en vela pensando si aquello era realmente cierto o si ella era solo un mecanismo de olvido.
Supuestas verdades en conversaciones a escondidas de Mihael, la habían torturado en extremo, haciéndola dudar de todo.
Solo había visto a Berenice una vez y tuvo la sensación de que, la vampiro, se convertiría en un enemigo invisible contra el que no tenía nada que hacer.
Nunca le preguntó mucho a Mihael sobre lo ocurrido, quizá por miedo a remover recuerdos y, con ellos, el dolor y los sentimientos, o quizá porque sentía que no tenía derecho a hacerlo.
Durante los primeros meses, se descubrió así misma huyendo de las palabras que hablaban del Amor. Se negaba a sí misma que lo que Mihael sentía por ella era Amor, porque temía que si no lo fuese, se le rompiese el corazón.
Sus miedos y sus dudas se aliaron.
Te Amo.
Te Amo eran dos palabras que se atragantaban en su garganta cada vez que sus labios luchaban por pronunciarlas.
Pero con el tiempo, sus temores se disiparon y acallar los sentimientos que gritaban en su cabeza, le fue imposible.
Desnudar su Alma ante Mihael, tras dos meses intentando reunir valor para hacerlo, fue como quitarse una losa que aprisionaba su pecho.
Y él sentía lo mismo.
Se giró y de espaldas al espejeo, comenzó a desvestirse con lágrimas en los ojos.
No había podido despedirse de él. Hacerlo hubiese significado la perpetúa Oscuridad y no estaba dispuesta a dejar que eso ocurriese.

-  ¿Asalhia?

La voz de Anuk la devolvió a la triste realidad.

-  ¿Asalhia, estás preparada?

Se envolvió en la sábana y salió de la habitación.


 Dos besos en las mejillas.

-  Mihael… ¡¡Cuánto tiempo sin verte!! Hace mucho que no vas por la Mansión. – Lahhel sonrió al ver al vampiro abrir la puerta.

-  Sí, ya sabes que soy alérgico al sol-  bromeó. – Pasa…

Lahhel se adentró en el salón y se acomodó en sofá, enfrente de la chimenea. Dejó sus guantes sobre su regazó y colocó a su lado un libro que parecía muy antiguo, el olor a vieja biblioteca lo inundó todo.
Señaló un retrato en la pared y asintió.

- Ese pintor que le recomendé a Asalhia a hecho un gran trabajo…Ella está maravillosa...

Mihael miró el cuadro y le dio la razón con una sonrisa.
Esperó a que siguiese hablando.

- ¿Y Asalhia?

Aquella pregunta le descolocó.

- ¿Asalhia?
-  Sí, tú esposa, mi amiga. ¿Dónde está? Ayer se olvidó un libro en la Mansión en el que parecía muy interesada, y pensé que lo necesitaría...

Mihael miró fijamente a Lahhel y, durante un par de segundos dejó de estar allí:

-  Esta noche tengo reunión con el Cónclave. – Asalhia le besó en los labios como despedida. – Quizá tarde un poco…
-  Ten cuidado… Aún no eres muy buena removiendo calderos mágicos. – Bromeó Mihael, abrazándola. Sabía que era miembro del Cónclave por méritos propios, la magia era un don en ella.
-  Mihael… - Él espero a que continuase, pues en su mirada percibió que algo la perturbaba.
-  Dime…

Le acarició el pelo con dulzura y volvió a besarle, pero esta vez de forma apasionada.

-  Te amo, no lo olvides nunca.

Y se marchó corriendo, sin darle tiempo a decir nada.

¿Mihael? – Le llamó Lahhel desconcertada. - ¿Te encuentras bien?
Asalhia me comentó que iría a la Mansión esta noche... – Comentó como para sí mismo.

Lahhel miró el suelo, intentando buscar una respuesta convincente que protegiese a Asalhia de sus propias mentiras.

- ¡¡Oh!! ¡¡Qué estúpida soy!! Esta noche tenía una sesión con los Iniciados. Lo había olvidado. – Contestó con prudencia

Se levantó para irse, pero Mihael la detuvo agarrándola del brazo.

- Lahhel… ¿Sabes dónde está Asalhia? – Intuyó que ella tampoco conocía la respuesta  y que estaba tan extrañado como él ante su ausencia.

Ella negó con la cabeza.
Se miraron con preocupación. Aquel comportamiento no era muy normal en Asalhia.
El timbre volvió a sonar.
Asalhia, pensaron ambos.
Pero lo que se encontró Mihael ante su puerta, fue un niño, tiritando y con la cara
enrojecida, mirándole con una sonrisa de triunfo en los labios.
El reloj de la torre de la iglesia marcó las once y media con un tañido de campana.

- ¿Señor Mihael? – Preguntó tartamudeando.
- Sí.
- Esto es para usted. – Le tendió un sobre con un pequeño saco de tela púrpura.

Mihael lo cogió y sacó de su bolsillo un par de monedas como propina por el esfuerzo que parecía haber realizado el muchacho para llegar hasta él.
Rompió con nerviosismo el sobre y leyó una nota que se encontraba dentro:


Espero que puedas perdonarme.
Asalhia.

El saquito se le cayó al suelo, pues las manos comenzaron a temblarle. Al agacharse, para ir a cogerlo, descubrió que lo que, había en su interior, era el amuleto protector de una bruja. 
Un  Fénix, el amuleto protector de Asalhia.

-  ¿Qué significa esto? – Le espetó Mihael a Lahhel cuando volvió al salón.

Lahhel leyó el papel y no supo que contestar.

-  Lahhel… - Suplicó.

Mihael nunca le hubiese pedido ayuda, pero aquella situación lo requería. Si alguien sabía algo de lo que pretendía su esposa, solo podía ser Lahhel.

-  No sé nada, Mihael… - Se calló. – Solo que…

Lahhel se sentó de nuevo en el sofá.

-  Ya sabes como es… cuando algo le interesa, se sumerge en su mundo y no hay quien pueda penetrar en él. Desde hace un par de semanas, apenas sale de la biblioteca de la Mansión, creo que está investigando sobre ritos antiguos… Quizá no sea nada, pero me dio la sensación de que, aquello, era importante para ella. – Se paró y le entregó el libro a Mihael. – Este es el libro que estaba leyendo… Escucha, voy a ir a la Mansión, seguramente ella se encuentre allí.

Lahhel se levantó, dejando a Mihael extasiado ante el título del volumen, y se fue. No sabía en qué demonios estaba metida Asalhia, pero algo le decía que no estaría en la Mansión, tal y como le había asegurado a Mihael.

“Rituales Sangrientos de la Edad Media”.

Al examinar el libro con atención, Mihael tiró de una cinta de color rojo, que hacía la función de marca páginas. Ante él, apareció, como una pesadilla, el nombre del capítulo: “La Dadora de Sangre”.

¿Cómo había estado tan ciego?


Nota: Este relato... ¡Uff! Este relato lo escribí en el 2010 y rebuscando en el Cajón de Escritos Destartalados (que no es más que mi Disco Duro Externo) lo he encontrado... Y me apetecía publicarlo... ;)

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