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La Dadora De Sangre (Intro)

Las sombras se extendieron más allá del cielo cubierto de ceniza. Llovía polvo negro y la ciudad parecía un espectro salido de un loco experimento de un viejo demonio aburrido.
El humo inundaba las calles como una neblina irrespirable que hacía llorar a los pocos transeúntes que aún caminaban por las aceras con rapidez,  para llegar a sus hogares antes de que la noche fuese más oscura.

“Las desgracias de los demás, suelen ser alegrías para otros, era lo que solía decir su mentor, “No hay nadie que no desee el mal ajeno.”

 ¡¡Mihael!!

El Vampiro se giró y se retiró de la ventana, absorto como estaba en sus pensamientos, no vio a Caliel acercarse a la casa.

 ¡¡Mihael!! – Volvió a repetir, mientras subía las escaleras sin aliento. - ¡¡Mihael, rápido!!

Mihael abrió la puerta y lo esperó apoyado en el marco, sin inmutarse ante los gritos de su compañero de piso.
Su cara era una máscara perpetúa de superioridad, la misma ante cualquier situación. La sorpresa, el miedo, la alegría o el dolor no resquebrajan dicha máscara, haciendo imposible a los que le conocían averiguar qué sentía o pensaba en cada momento.

- ¿Qué quieres? – Le dijo con sequedad a Caliel cuando lo tuvo enfrente.

 Menos mal que te encuentro. – Resopló – Han atacado la Mansión y el Cónclave necesita nuestra ayuda.
 ¿Qué clase de Brujos son esos? – Preguntó asqueado. – Tanta Magia y no son capaces de cuidarse ellos mismos. No voy a ir.
- ¡Irás! – Sentenció Caliel. – Y no me mires con esa prepotencia. Tenemos un pacto con el Cónclave y debemos cumplirlo. Sin ellos, tú y yo estaríamos muertos.
 ¿Más muertos si cabe? – Se carcajeó Mihael.
- No es un buen momento para bromas. Vamos.

A pesar de no querer ir a perder el tiempo en la casa de aquellos adictos a la Magia, Mihael cogió su chaqueta y siguió a Caliel. Aquella noche no habría cacería. ¡¡Malditos Brujos!! ¿Estaría en deuda con ellos para siempre?


El suelo tembló bajo sus pies y la cama se separó un par de centímetros de la pared. El aroma a pólvora quemada se colaba por las rendijas de su puerta cerrada.
Asalhia abandonó el calor de las mantas y abrió las puertas del balcón de su habitación. Se asomó temerosa, esperando ver una desgracia: Un resplandor anaranjado subía desde la entrada del palacete.
Escuchó voces asustadas, gritos urgentes. Un extraño halo de muerte se podía respirar en el aire perfumado de miedo.
Descalza y con un fino camisón blanco echó a correr por las escaleras que llevaban al comedor. La madera de los peldaños desprendía calor, producto de un incendio cercano, y el humo comenzaba a escalarlos en su viaje ascendente hacia el primer piso.

-  Asalhia…

Escuchó su nombre entre la multitud de sonidos que retumbaban a su alrededor.

-  Asalhia, aquí abajo.

A los pies de la escalera, Mitzrael, uno de los Ancianos, la llamaba, mientras se tapaba un corte en la cabeza con un pañuelo. La sangre lo estaba tiñendo de rojo.

-  Asalhia, ¡¡mírame!! – Mitzrael intentaba atraer su atención, pero ella parecía aturdida.

Voces infantiles llamaban también por ella.
Fue como una señal que la devolvió al Mundo Real.
Ella asintió mirando a Mitzrael, parecía haber entendido lo que el Anciano intentaba comunicarle.
Deshizo el camino andado, subiendo las escaleras con premura de dos en dos y, al llegar arriba, se encontró con Aniel, cubierto solo por los pantalones del pijama. Su torso, desnudo y atlético, mostraba varias laceraciones fruto de sus peleas con los Alas Negras, viejos enemigos del Cónclave.
El Brujo la agarró de la muñeca y tiró de ella en dirección al cuarto donde dormían los niños.

-  ¡Espera! – Le detuvo Asalhia. - ¿Qué ha pasado?
-  No lo sé... – Aniel se encogió de hombros. – Pero tenemos que sacar a los alumnos de aquí.

Asalhia asintió, dejándose guiar por Aniel, sin soltarse.


-  Las llamas se han estado alimentando de eso viejos maderos... – Comentó Caliel. – Parece que se sostengan por arte de Magia...

Mihael se detuvo, no pudo soportar la risa y tuvo que taparse la boca para que su amigo no se percatase de sus carcajadas.
Cuando se le pasó el ataque, observó la Mansión. Era la segunda vez que iba y debía confesar, aunque solo fuese para sí mismo, que aquel lugar destilaba Misterio por cada poro de la tierra, pared o inquilino que habitaba en ella. Parecía increíble que algo así estuviese sucediendo en aquel sitio.
El jardín de su entrada estaba lleno de viejos y jóvenes Brujos heridos. El aroma a sangre era demasiado intenso y no estaba seguro de ser capaz de controlar sus impulsos, hacía mucho que no se encontraba en una situación así.
Ambos vampiros entraron en el palacete y se sorprendieron al ver que, allí, también había muchas víctimas, aunque estas parecían haber pasado a una mejor vida. Aquel lugar olía a carne quemada.
Entre los escombros, pudieron ver a Mitzrael dando órdenes a los pocos Brujos que parecían estar intactos y atendiendo a aquellos que requerían su ayuda.
Caliel le hizo un gesto con la mano y éste les sonrió tristemente, indicándoles que no se moviesen.

-  ¡Menos mal qué habéis venido! – Dijo agradecido y con lágrimas en los ojos. – No puedo más...
-   No os preocupéis... - Respondió de forma amable Caliel. – Es nuestro deber.
-  Arriba aún hay gente… Los niños y dos de sus maestros dormían en el piso de arriba cuando se produjeron las explosiones… - Señaló las escaleras, estaban partidas y era imposible subir por ellas. – Estoy seguro que vosotros…

Caliel asintió y de un saltó se situó en la parte de arriba. Mihael lo siguió, no sin antes hacer una cortés reverencia al Anciano.


-  Dudo que haya alguien vivo aquí... – Comentó Mihael.
-  Eso mismo pienso yo...

Andaban con cuidado, quitando mesas y sillas transformadas en astillas de madera e intentando no cortase con los cristales de las lámparas hechas añicos que alfombraban el suelo. Muchas de las paredes tenían boquetes enormes y las grietas se extendían por las que estaban intactas.
Un murmullo de voces atrajo su atención.
Veinte niños estaban acurrucados, unos contra los otros, en la esquina de una habitación. Vivos.

-  No tengáis miedo. Venimos a ayudaros. – Les indicó Caliel.

Se miraron entre ellos, intentando adivinar si aquellos desconocidos decían la verdad o no.

-  Mi nombre es Océano... – Dijo una de las niñas. – Tengo seis años y si queréis que os creamos, tenéis que hacer algo por nosotros...
-    Estamos aquí... ¿No crees que ya es suficiente, pequeñaja?

La niña lo miró con tal intensidad que Mihael pensó que lo iba a atravesar de un momento a otro.

-  Te llamas Mihael.
-   ¿Es una pregunta? – Contestó el Vampiro.
-    No, es una afirmación. – Mihael asintió perplejo, no recordaba si Caliel lo había llamado por su nombre en algún momento. – Esta noche se sellará tu Destino, de ti depende...
-   ¡¡Océano!! – Gritó uno de los niños. - ¡¡Cállate!! Así lo vas a asustar y no nos podrán ayudar...
-  Sí, eso Océano. Cállate. – Mihael se escondió en su enfado para disimular su sorpresa. - ¿Qué queréis mocosos?
-  Nuestros maestros están allí enfrente... – Dijo señalando uno de los cuartos. – No pueden salir... Nosotros estamos bien.


La puerta había sido arrancada con la explosión. Los muebles estaban fuera de su sitio y una cama de hierro forjado estaba de pie contra la pared.

- Aquí no hay nadie. Esos niños deben haberse confundido...

Caliel se dio media vuelta y dejó a Mihael solo.
No.
Notaba el olor de la sangre, allí se había derramado aquel líquido escarlata que adoraba tanto. Salivó. Sangre. Tenía hambre. No lo podía evitar. Daría gustoso un brazo por beber la sangre de esa niña. Océano. Debía ser un exquisito manjar.
Cerró los ojos y se dejó guiar por su instinto. Camino por el cuarto siguiendo el rastro. Paso a pasito. Hasta que se dio un golpe en la cabeza con el colchón de la cama.
Sonrió.
Un pequeño río de sangre se deslizaba por el suelo.
Estaba convencido de que si retiraba la cama encontraría un cadáver.

-  Pobres niños… - Se burló Mihael en voz baja.

Se asomó por el hueco, que quedaba entre las patas y la pared, y descubrió a dos jóvenes abrazados.

- Haciendo el amor mientras esos niños están preocupados por vosotros, ¿no os da vergüenza? – Volvió a burlarse. – Una muerte dulce, sí señor. Pero… lo siento, debo separaros y creedme, si os digo que, es un auténtico placer...


Se deshizo de su abrigo dejándolo tirado en el suelo, subió las mangas de su camisa hasta los codos y sonrió con mirada felina. Aquello iba ser muy divertido.
Una de las patas de la cama había atravesado los dos cuerpos, provocando una herida mortal en sus estómagos, ensartándolos como un cochinillo que se asa en una hoguera. Sus abdómenes permanecían unidos como si de hermanos siameses se tratasen y sus sangres se mezclaban en una sola.
Sujetó el somier metálica y tiró de él con todas sus fuerzas, los amantes se separaron: Uno de ellos, aún permanecía atravesado por la pata mortal de la cama, mientras que el otro, había abierto unos ojos asustados y aullaba de dolor apoyada contra la pared, mientras veía como la sangre se le escapaba por la herida de su estómago.
Mihael corrió hacia ella, impulsado por una fuerza extraña, y consiguió sujetarla antes de que perdiese el conocimiento. La tumbó en el suelo. Sabía lo suficiente de la Muerte, como para reconocer su presencia en aquella habitación. Desgarró su camisón hasta la altura de la herida y la observó: Era muy profunda y, por el charco que se estaba formando en el suelo, las venas y arterias debían estar destrozadas.
Sus ojos volvieron a abrirse, encendidos como llamas, y le miraron con sorpresa. Sabía que si seguía mirándola, se ahogaría en sus pupilas negras. Se apartó de golpe, como si el contacto con aquella piel femenina le quemase.
Escuchó un ruido a su espalda y se giró. Océano, impasible, lo observaba y sonrió. Era como si esa pequeña niña pudiese leer su confusión. Se acercó hasta él y le cogió la mano con timidez, obligándole a arrodillarse junto al cuerpo de Asalhia. 
Aturdido, colocó su mano sobre la herida, presionándola, intentando parar la hemorragia que teñía el suelo de rojo.

-  Esta noche se sellará tu Destino, de ti depende... – Océano volvió a pronunciar esas malditas palabras como un débil susurro que llegó a sus oídos.

Le palpó la mejilla y depositó un dulce beso en su frente. Con sus pies descalzos y sin hacer ruido, Océano abandonó la habitación como si de un espectro se tratase.

Un grito ahogado salió de la boca de laBruja, mientras una de sus manos se aferraba a su muñeca teñida de sangre. Mihael veía cómo la vida se escapaba de aquel hermoso rostro surcado de lágrimas. Los minutos pasaban lentamente dándole ventaja a la Dama de la Muerta, que debía estar frotándose las manos con la cantidad de almas que se llevaría aquella noche a su morada. Y la vio. Tras aquella cara de dulzura y tez pálida, se podían apreciar gusanos y carne putrefacta. Aquel era el aspecto que utilizaba cuando aparecía por sorpresa, cuando aún no había llegado la hora fijada para que las personas abandonasen sus Vidas, cuando nadie las esperaba al otro lado. Se paseó alrededor del camastro desfigurada y acarició la piel de Aniel, colocó su mano derecha sobre su Corazón y extrajo su Alma, permitiéndole volar hacia su nuevo hogar. Después, fijó sus ojos en Asalhia y se arrodilló frente a Mihael. Se acercó a al oído de la joven y le habló con palabras silenciosas, hasta que sus parpados cayeron, sumiendo a la bruja en un profundo sueño. Su mano derecha, una vez más, comenzó a deslizarse por el pecho de la Durmiente, buscando los débiles latidos de su Corazón.
Mihael miraba atónito como aquella mujer a la que había esquivado hacia quinientos años, no podía evitar sus ansias de control sobre la Vida y la Muerte.
Debía evitar que la Dama de la Muerte volviese a ganarle, pensó, pero solo era una excusa para no admitir que no podía permitir que el fuego de la mirada de esa Bruja se extinguiese para siempre.
En un movimiento rápido, mordió las finas venas de su muñeca, dejando que su sangre fluyese libremente. Sujetó la cabeza de la joven y vertió el líquido escarlata sobre sus labios, esperando a que este se mezclase con su Sangre Mágica. Sabía que el efecto sería inmediato. Su sangre vampírica descendió por la garganta de la Bruja, recorriendo su pecho, inundándole el Corazón, dándole Vida.
La Dama de la Muerte se removió inquieta y sus labios se quebraron con un grito agónico. Era el chillido del sentirse vencida por un No-Muerto, una vez más.


Asalhia abrió los ojos sin comprender que había pasado.
Estaba recostada sobre un diván en el jardín, mientras cuatro niños miraban atentos cada una de sus respiraciones, controlando que su ritmo fuese el adecuado.
Se sentía mareada y cansada. Tenía un intenso dolor de cabeza que apenas le permitía conectar unas ideas con otras. Amanecía, pero la última vez que había estado despierta, la noche estaba cubierta de un humo neblinoso. Sintió miedo, sin saber porqué.
Intentó levantarse, ignorando las recomendaciones de aquellos chiquillos que le aconsejaban que volviese a sentarse, y con gran esfuerzo, consiguió mantenerse de pie. Entonces, lo vio: Apenas quedaban vigas que sujetasen la Mansión; Los escombros se apilaban a un lado y a otro de la entrada; Llamas azules brillaban en el aire, señal de que las Almas de los Muertos se alejaban de su Vida Mortal y el dolor que se respiraba era demasiado intenso como para no sentirlo. Y recordó. Recordó los gritos y el calor, la esencia de la Muerte rondado por los pasillos deshechos. Recordó la fuerte explosión y cómo, segundos antes, lanzó una Barrera deSalvaguardia para proteger a los niños. Recordó a Aniel.

-  ¿Aniel? – Se preguntó en voz alta.

Los niños la miraron en silencio, sin atreverse a responder a aquella cuestión cuya respuesta ella ya conocía.
Las piernas le temblaron y cayó sobre el diván sin fuerzas. Las lágrimas acudieron a sus ojos y escaparon con libertad. Nunca podría agradecerle lo que había hecho por ella, las imágenes de aquel momento se dibujaron borrosas en su mente, quebrándole el Corazón:

-  Es imposible bajar... – Sentenció Aniel.
-  Lo sé… Espera… - Le dijo mientras se concentraba con los ojos cerrados, pues debía desconectar de los gritos de la casa. – Efilian Solicium Aquariton. Efilian Solicium Aquariton. Efilian Solicium Aquariton. Efilian Solicium Aquariton…

Un destello verdoso salió de su cuerpo y traspasó el pasillo.
Y de repente, una explosión.
Aniel la obligó a mirarle, no la dejó bajar la vista para descubrir que era aquel dolor lacerante que la traspasaba. La obligó a permanecer serena y tranquila utilizando su último hálito de vida.
Y aún así, Aniel, tuvo fuerzas para sujetar su mano e infundirle ánimo. Sus ojos se clavaron en los de ella, inundándola de paz. Sus manos se soltaron de golpe, sin aliento abrió la boca y sonrió con debilidad:

- Siempre te he amado…

Fue lo último que salió de su boca. 


Volvió a desmayarse y cuando recobró, de nuevo, la consciencia estaba echada sobre su cama, cómo si lo ocurrido solo hubiese sido una Pesadilla. La Magia, la poderosa Magia, una vez más, había devuelto las cosas a la normalidad. ¿Normalidad? Normalidad relativa… Demasiadas Vidas se habían perdido aquella madrugada.


Nota: Bueno... Pues así se suponía que se conocían Mihael y Asalhia... Lo cierto es que sigo creyendo que necesita una Gran Revisión... Pero me hace mucha gracia releerme después de tantos años... Es raro, pero interesante... Porque, al igual que el resto del relato es del 2010... Así que... ^^ 

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