Era doloroso. Brutalmente doloroso. Apenas duraba cinco segundos y, sin embargo, la sensación de desgarro era inhumana. La respiración moría entre dos vidas, provocando que, el paso de Humano a Licántropo, fuese rápido. A veces, incluso demasiado. Todos y cada uno de los huesos se deformaban para, posteriormente, quebrarse en diminutas astillas. Astillas que, una a una, volvían a unirse y solidificarse, modificando el esqueleto humano. La caja torácica se expandía para dejarle hueco a unos pulmones más grandes, más potentes, más enérgicos. El corazón quintuplicaba su bombeo y sus latidos retumbaban, como tambores en guerra, contra un pecho de puro músculo fibroso. La piel se cubría de un pelaje espeso, que solía variar de tonalidad en función de la estación del año en la que se encontrasen . La mandíbula se volvía prominente, lobuna, y los dientes se retorcían, hasta configurar una dentadura peligrosa, de depredador sin escrúpulos. Letal a más no poder. Las piernas, arqueadas, ter...