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Hemoglobina I

Año 75 D.C.

En algún lugar de Britania...


Tenía los ojos del Lobo clavados en lo más profundo de su propia retina. Un fuego de naturaleza incandescente, rodeado de llamas verdes y audaces, como verdes y audaces eran los iris de aquel Animal que se erguía sobre dos piernas desnudas, recubiertas de sangre y hollín. Más allá de la piel que se escondía a partir de los muslos de la Bestia, el revuelto e hirsuto pelaje grisáceo envolvía el resto de un cuerpo, que, si no fuera por aquellas extremidades inferiores al descubierto, nada tendría de Humano. Todo el torso permanecía bajo el amparo del salvaje can, cuya feroz expresión se había fijado en las fauces abiertas de su cabeza sin vida, recobrando el aliento extinto, al coronar la frente de aquel Ser que danzaba junto al resto de su Manada. No había ni un ápice de terror en su rostro teñido de pintura negra, ni en la sonrisa burlona que se dibujaba en sus labios, en un claro gesto de provocación. Y, a pesar de que era más que consciente de que no había nada de Licántropo en aquel Hombre, Amras no pudo evitar sentir que un Aura de Divinidad Sobrenatural lo envolvía. 


El coro de aullidos apagaba los gritos rotos y asustados de una parturienta, que, en el interior de una choza circular, trataba de dar a luz a su pequeña retoña. Alrededor del muro de piedra y techado de paja, los Lobos Protectores hacían guardia, liderados por aquel Ser del Bosque que no cedía ni un centímetro de la pequeña porción de poblado que le pertenecía. Con las aguas rotas y la cabeza de una niñita a punto de asomarse al mundo en lo más oscuro de la noche, no hubo tiempo para huidas, ni para seguir al resto de los moradores que habitaban aquellas tierras que, preocupados por su propia supervivencia, no se habían asegurado de que no todos sus vecinos habían abandonado la aldea. 

La madrugada lloró angustiada. Sus finas y delicadas lágrimas empaparon las entrañas del monte, hasta calar los cadáveres y anegarlos de agua, buscando la forma de devolver a sus venas y arterias, la sangre que les había sido robada. La Dama de la Muerte paseó su delicada figura entre los caídos, arrancando de cuajo las Almas de aquellos que aún tenía algo de vida y, así, sumar nuevos nombres a su Lista de Muertos, pues los Dioses del Inframundo tenían un hambre voraz y necesitaban alimentarse de los despojos de los mortales más cobardes. 

La Destrucción llevada a cabo por la Legión XIII de las Sombras había sido magnífica. Hermosa. Y de lo más terroríficamente maravillosa. Un Regalo. Una Orgía de Sangre. Desde hacía quince años, Amras y sus Centuriones, celebraban la Caída de Inys Môn. Y, como en todos los aniversarios, todo, absolutamente todo, estaba permitido. Especialmente cuando, como en aquella ocasión, era una Aldea Virgen, nunca antes atacada, la elegida. Expertos en el arte de destrozar la inocencia de los Hombres, no había nada más excitante que las carreras apresuradas de los que trataban de buscar refugio. Sus gritos, sus lamentos, sus súplicas entre llantos… Eran la melodía que les acompañaba hasta que el Sol les regañaba por su brutalidad, aunque su enfado se volvía humo con la llegada del siguiente anochecer. No había nada más emocionante que ser un Depredador a la caza de aquellos que se resistían a servir de alimento, a saciar la gula que les corrompía por dentro. La Virginidad de un Aldea no solo conllevaba nuevos e inocentes esclavos para sus Rebaños, sino que, además, extendía la Oscura Fama del Imperio y el mensaje de que, no existía ningún lugar seguro, para los que no aceptasen formar parte de sus Territorios. 


- Querido… - La Voz de Ayesha, la última de las Piezas de Caza en ser marcada, expulsó Amras con un inesperado empujón de sus propios Pensamientos. - ¿Por qué no vuelves conmigo? 

Perezoso como un gatito mimoso, Amras trató de ignorar al Lobo Fantasmal que lo había perseguido hasta el campamento, haciéndose fuerte entre las sábanas de su lecho. Rabioso, concentró toda su ira contra la Joven que tenía las piernas engarzadas a las suyas, en un nudo de lascivia que ansiaba no deshacer, hasta que su vientre se pegase al del Vampiro, en una clara y directa declaración de intenciones. Un gemido provocativo se escapó entre los labios de Ayesha, como si, inconscientemente y sin saber nada de lo ocurrido, desease ahuyentar los Iris Verdes que perseguían al Romano y que habían decidido encadenarse a su pecho desnudo, como si así, pudiesen contemplar de cerca su Corazón Muerto.

- Amras… - Un susurro juguetón se deshizo entre la lengua de la Joven y sus recién estrenados colmillos, que, divertidos, se clavaron sin morder en el hombro del Vampiro. – Amras…


Amras no había llegado hasta allí por ser un corderito inofensivo, aunque su rostro pícaro y de niño bueno pudiese dictaminar lo contrario, el Vampiro no tenía nada de bueno y, mucho menos, de inofensivo. Era un Pesadilla. Era la Muerte hecha de carne, hueso y terror. Esa Muerte que la Huesuda había bendecido con Abrazos y se alimentaba de Sangre, hasta quedar terriblemente enamorada de Él. Era Destrucción. Caótica. Impredecible. Amras era Tentación. Y Placer. Mil veces causada, repetida y disfrutada hasta el límite más insospechado de la moralidad que, alguna vez, suponía que debió tener. Era aquel conjunto de virtudes lo que mejor se le daba esconder tras la astuta mirada que iluminaba sus ojos negros, como si todas las Tinieblas del Universo se hubiesen concentrado allí y brillasen con una Luz impropia para un No-Muerto.

Y, por ello, no comprendía porqué había dejado con vida a la recién nacida que le desafiaba con sus llantos, ni a todos los que celebraban la buenaventura que les había acompañado durante el parto.

No entendía el porqué de su Elección.

La Bestia que era se retorcía en su interior, rebotando contra sus huesos, cuestionándole los motivos que le habían llevado a deshacerse de las ganas de torturar al Lobo, hasta arrancarle suavemente la piel a tiras y hacerse un nuevo manto con su precioso pelaje.

Era aquella Incerteza que visitaba al Romano por primera vez en más de trescientos años, la que obligó a su mano derecha a reptar sinuosa por la espalda de Ayesha, dejando tras de sí un caminito de caricias salvajes. Dedos peligrosos que, cuando alcanzaron la nuca de su presa, se lanzaron al ataque, sumergiéndose con brusquedad en una cascada de rizos pelirrojos. Un violento tirón que forzó a la Joven a echar la cabeza hacia atrás, tentación que sus colmillos no estaban dispuestos a obviar, cuando el cuello quedó al descubierto.

Besos de Sangre y embestidas profundas para escuchar los gemidos arrítmicos de Ayehsa y silenciar la Risa Burlona de un Ser del Bosque, que poseía llamas verdes y audaces en lo más profundo de su mirada. 

Un Lobo que no tendría escapatoria, al que cercaría y atraparía.

Nadie retaba a Amras, General de la Legión XIII de las Sombras del Imperio Romano.

Nadie retaba a Amras y vivía para contarlo.



Comentarios

  1. Ya tenía yo ganas de tus letras, y de estas tan oscuras, jejeje.
    Menuda historia, me has dejado sin aliento.
    A ver que destino le deparará a Amras y y a Aesha...
    Ummm interesante.
    Un besillo.

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    Respuestas
    1. Aiiiiix... ¡¡Mi Encantadora de Cuentos!! *-*
      ¡¡Ya tocaba volver a embarcase en las Letras!! ¿¿No?? Las Musas me han visitando últimamente bastante, aunque el Cole no me deja dedicarle todo lo que quisiera a darle a las teclas ni a este Maravilloso Mundo u.u
      Pero bueno... Amras ha llegado a la Neverita Sangrienta y no ha sido por casualidad...
      ¡¡Pronto sabremos más!!
      ¡¡Besines de Purpurina!! ^w^

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