Madrid. Septiembre del 2013.
Orión. El Cazador. "Artemisa lanzó su flecha y, como siempre, dio en el blanco. Cuando fue a ver a su presa, se dio cuenta de que había aniquilado a su amado Orión." |
La Marcha
Zombie recorría las calles de la ciudad con parsimonia y lentitud, dejando tras
de sí una legión de cientos de humanos metidos en su papel de Muertos Vivientes
que, caminando entre gritos de terror, aplausos y el asombro de los
transeúntes, arrastraban sus pies con la dificultad de quien no es más que una
marioneta. Disfrutaban de su Rol Inmortal, cargados de heridas y cuerpos
deformes, extasiados, anhelando mimetizarse y ser uno más de los cómics, series
y películas que idolatraban, sin saber que, entre ellos, se camuflaban
No-Muertos cuyo único fin era el de arrebatarles su mortalidad.
Contra
corriente, como había sido la mayor parte de la vida que recordaba, Orión
sorteaba a la multitud disfrazada, con dificultad, sin aliento, aunque… Sin
aliento, no era más que una expresión estúpida para alguien cuyos pulmones solo
se movían por la inercia de la práctica, por esa diversión de camuflarse en el
entorno que le rodeaba y, así, saciar su Sed de Sangre sin escrúpulos. Sin
aliento. Sin Luzbel.
La capucha
del Assamita aparecía y desparecía entre el gentío, la única referencia que la
Vampiro tenía, mientras corría a la desesperada tras Orión, tan rápida como el
Cazador, huyendo de la amenaza invisible que les azuzaba a escapar a plena luz
del día. Corría, corría tras él, echando la vista atrás de vez en cuando,
clavando sus iris oscuros en el Cielo, buscando unas preguntas que no sabía
cómo formular, tratando de encontrar unas respuestas que necesitaba con urgencia,
pero…
Nada. De
pronto, no hubo nada.
La Trémere se
detuvo en seco, clavando los tacones metálicos de sus New Rock con flores
escarlatas vintage, sangrientas, tan bellas y letales como era su Dueña, en el
asfalto de la carretera y, un segundo de Eternidad después, giró sobre sí
misma, una y otra vez, buscando una capucha negra que no encontró tras tres
vueltas tontas. Las pupilas de Luzbel mostraron un atisbo de enfado, un
relámpago caótico y cautivador que, sin pretenderlo, terminó chocando con las
miradas de reproches dibujadas en los ojos de varios Zombies gruñones contra
los que se había chocado, abriendo así una brecha inesperada en la Marcha. Su
cabeza se movió inquieta, alzando el rostro, imperativa, orgullosa, pero de una
manera tan delicada que, más que un Demonio de la Noche, parecía un Ángel
Inocente, perdido y abandonado por un Dios que solo existía en los sermones de
los Domingos.
Oscuridad.
La Oscuridad era total, Tinieblas que lamían la superficie de la Luna, como un Amante meloso, tierno, cuyo único fin era ensombrecer al Sol con un Aura Negra
que, en pocos minutos, no tardaría en descender.
- Ça va barder! – Un susurró
en francés se extinguió entre los alaridos guturales de los Muertos Viviente,
una protesta airada, un “¡Se va a armar!” enérgico, pero pronunciando entre
dientes, como su suave murmullo. - ¡Oh! Orión…
Unos dedos seguros, dotados de una extraño ímpetu,
cálidos y fríos al mismo tiempo, se cerraron con suma tranquilad sobre la
muñeca derecha de la Trémere, formando unas esposas de carne y hueso, un cierre
que se apoderó de Luzbel, que no la dejaba alejarse. Alerta, el Cerebro instó a
todos los músculos del cuerpo a ponerse en tensión, forcejeando para soltarse,
para poder escapar de su captor. Sin embargo, la presión, que las garras
ejercían sobre su delicada piel, era demasiado fuerte y, poco a poco, unas
huellas suaves empezaron a dibujarse bajo la chupa de cuero negra, como una
marca imborrable.
La cadena que formaban sus brazos se había vuelto
tirante, dolorosa y, en apariencia, frágil. Sometida a los envites de dos
adolescente en plena pubertad, con el rostro cubierto de granos y diminutas
espinillas, ocultas bajo una capa de maquillaje hiper-real, a punto estuvo de
quebrarse. Pero… Fuera quien fuera quien sujetaba la muñeca de Luzbel con
firmeza, no tenía pensado soltarla, ni dejarla marchar.
La presión aumentó y los huesos se quejaron, lanzando
un aullido silencioso, rabioso, que fue abatido por la Sumisión, única opción
que parecía tener la Vampiro si no quería montar una escenita histérica, la
única elección ante la que debía agachar la cabeza, si no quería hacer explotar
el Mundo con una exhibición tétrica del Caldero de Sangre.
Luzbel se dejó llevar, como un cordero manso y perdido
en un bosque de lobos, siendo guiada a través de la muchedumbre, sorteando
Zombies, permitiendo a los Muertos Vivientes que le diesen empujones, codazos,
tragándose la rabia, la furia… Tratando de conservar la Mente fría y el Corazón
latiendo.
Una delicada sensación de relajación se extendió por su
antebrazo, girando a través del codo, hasta llegar a su hombro. Sin saber muy
bien por qué, una sonrisa fugaz se dibujó en los labios de la Trémere, mientras
sentía como la fuerza del Lobo disminuía, como si, alejados de aquellos
frikazos, ya no hubiera peligro, como si ella misma no pudiera ser uno.
La penumbra mortecina de una callejón les engulló,
haciendo sombras chinescas sobre las paredes desconchadas de los edificios que
les parapetaban, formas y figuras oscuras que jugaban al escondite unas con
otras. Caminaron en silencio, dejando tras de sí un sonido de pisadas
amortiguadas, cada vez más lejanas, hasta que no fueron más que el eco de los
gruñidos de los Muertos Vivientes, apagados por el Silencio espectral que
arañaba el ambiente.
Y entonces…
El Desconocido se detuvo. Arrogante. Peligroso.
Cautivador. Excitante. Un Depredador fiel a sus instintos. Un Cazador metódico,
impasible, experto. Demasiado experto. Un Riesgo en forma de hombre que, sin
mediar palabra, sin aviso previo, estampó a Luzbel contra la mole de ladrillos
desfigurados, encarándose con la Vampiro, permitiendo a aquel rostro sin dueño,
oculto por la Oscuridad, quedarse a un centímetro del suyo. Cerca, muy cerca,
demasiado cerca… Tan cerca que podía sentir como una sonrisa arrogante se
dibujaba en los labios del Depredador, una sonrisa que parecía querer escapar
de su boca y perderse en…
La Trémere se mordió la lengua en un gesto instintivo,
pensativo, urgente, una extraña forma de concentrarse, de poner todos sus
poderes psíquicos a la defensiva, al ataque, dispuesta a todo por averiguar qué
Demonios estaba haciendo allí, en aquel momento, en aquel lugar, con un
Desconocido que no le asustaba y que, sin embargo, sabía que no dudaría en
hacerle daño si así era su Deseo.
Sin embargo… Los dedos cedieron a su amarre con
lentitud provocadora, sensual, casi rozando la lascivia inconscientemente, sin
querer, gestos que no tenían nada de estudiados, sino que surgían de forma
innata, como si la creación de aquel cuerpo, que Luzbel sentía sobre el suyo, hubiese
sido para satisfacer los placeres más lujoriosos.
Captaba su aroma, su aura, su poder… Y era letal. Letal
hasta decir basta. Letal hasta rabiar.
No se movió ni un ápice, el Desconocido continuó frente
a la Trémere, sin hacer movimiento alguno, a la espera, a la espera del ataque,
a la espera de la rendición. Poco a poco, los párpados de Luzbel cayeron,
cediendo a la Oscuridad del callejón, acompasando su respiración artificial a
los latidos desenfrenados de un Corazón Muerto, tranquilizándose, contactando
con su Yo Místico, para poder sentir al Depredador, para poder sentir lo
Invisible. Sin querer, sin pretenderlo, un suspiro ahogado rozó su cuerdas
vocales, acariciando su paladar y extinguiéndose entre sus labios, al mismo
tiempo que las puntas de sus dedos, sin temor alguno, pero sí con cierta
timidez, se alzaron para tocar el rostro del Desconocido: La boca sonriendo, su
nariz, la forma de sus ojos, su capucha… ¿Su capucha? ¡Capucha!
- Vous
êtes un idiot! – Las pestañas de la Trémere hicieron un barrido rápido,
permitiendo a sus iris oscuros golpear, no sin cierto sobresalto, la mirada
divertida que Orión le lanzaba, socarrona, de triunfo. - ¡Maldito estúpido! ¿Te
parece divertido?
El Silencio fue su única respuesta.
- Te crees muy graciosos, ¿verdad? – Un
puchero infantil se dibujo en los labios de Luzbel, infantil, enfurruñado,
mientras reconocía el gesto que Orión solía hacer para reírse a carcajadas. –
Venga… ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Sacarás tu katana y me cortarás el cuello? ¡Ah!
No…. ¡Qué boba! Para una vez que eres amable…
Estupefacto. La reacción sarcástica de Luzbel provocó
estupefacción en el Assamita que, incrédulo, no dejaba de sonreír con
peligrosidad, manteniendo la compostura. Estupefacto. Nunca nadie le había
hablado así y, mucho menos, una Vampiro que tenía como compañeros de juego a
fantasmas y espíritus del Más Allá.
- ¡Qué suerte que no puedas hablar! ¿Eh?
Orión y Luzbel. Eran el Ying y el Yang. La Muerte Sin
Remordimientos y la Compasión. El Vampiro Convencido y el Humanizado. Dos caras
de una misma moneda.
El Depredador regresó, amenazante, desfigurando la
sonrisa arrogante, cambiándola por una expresión de auténtica y lasciva
perversión, excitante y cautivadora. Con esa lentitud segura, el Assamita se
acercó aún más a la Trémere, hechizado, atraído por la vulnerabilidad de
Luzbel, por esa inocencia infantil, angelical, nunca antes vista en un Vampiro,
en un Asesino, en un Bebedor de Sangre… Una inocencia hermosa, una inocencia
tan peligrosa, tan morbosa… Sin dueño, sin órdenes, ignorando cualquier
pensamiento propio del Assamita que era, los labios de Orión rozaron con suma
delicadeza los de su compañera de Misión, con un mimo rabioso, furioso,
cautivador. La lengua, incoherente, sin miedo, sin razón, sin nada que la atase
ni que la guardase en la boca, corrió rauda a encontrarse con la de Luzbel que,
atraída y curiosa, tampoco atendió a los mil motivos por los que debería haber
huido, por los que no debería presentar batalla carnal… Y, sin embargo, la
pelea estalló y la confrontación fue mortal, excitante, esperada sin esperar,
esperándola desde hacía toda una Eternidad sin ni siquiera saberlo. El
Depredador gruñó, como una animal herido, cuya salvación solo podría
encontrarla en el arma que provocaba sus daños, cuyos daños quería repetir una
y otra vez, sin parar, sin compasión… Gruñó con lascivia, gruñó al notar que
los vaqueros se quedaban pequeños, que su miembro había perdido el Norte, el
Sur, el Este y el Oeste, que había perdido el rumbo, que enloquecería sin
remedio… Que no quería remedio para su Locura.
Gruñidos. Besos con sabor a Fuego. Roces. Más gruñidos.
Solo un segundo. Solo un par de minutos. Un pedazo de
Eternidad.
Un fogonazo cegador los enfocó por sorpresa,
alimentándose de la penumbras, inundado el callejón de una luz molesta, muy molesta
para los delicados ojos de dos Vampiros. Adiós al trance. Adiós a la Magia.
Adiós a aquel pedacito de Eternidad.
Orión y Luzbel se miraron incrédulos, un cruce fugaz,
un intercambio de los últimos besos silenciosos. Aquello era demasiado. Para
ambos. Aquello no tendría que haber sucedido. Nunca.
Como adolescentes, la Trémere se atragantó y tosió
presa del nerviosismo. A su vez, el Assamita agachó la cabeza, confuso,
clavando la vista en el suelo, avergonzado como un quinceañero pillado en un
renuncio sexual por sus progenitores.
El foco recorrió sus figuras, de arriba abajo,
despacio, un par de veces.
- ¡Si queréis follar como conejos iros a un
hotel! – Un policía silbó con aire gracioso, divertido ante la escena. - ¡La
próxima vez os multo!
El Silencio regresó. Orión no podía romperlo.
- Los Vampiros Españoles tenéis una extraña
forma de pedir perdón... – La voz de Luzbel se abrió paso entre la confusión,
mientras una sonrisita aniñada se dibujaba en sus labios, atontada por aquel
estúpido comentario, por el que se regañó mentalmente. – En…
Orión la fulminó con la mirada, sus pupilas ardieron en
Fuego sin palabras, incomprensibles para la Trémere, llenas de demasiados
sentidos para el Assamita. Sus botas militares giraron con premeditación,
ignorando la bonita sonrisa que iluminaba el rostro de Luzbel y, sin previo
aviso, echó a andar hacia el lado contrario por el que había entrado al
callejón.
Estaba furioso. Muy furioso. Consigo mismo. Por su
falta de control. Por una pérdida de control innecesaria. Era un fallo. Un
error imperdonable.
¿Qué hacía allí?
Teo había desaparecido, Marcus se había marchado tras
Eldelbar y su repentino ataque de Caza-zombies y Luzbel y él las habían pasado
putas para despistar a aquel Ente que les había perseguido durante el Eclipse. Empezaba
a estar jodidamente cansado de aquella historia de la que no obtenía ningún
beneficio. Hubiese gritado si sus cuerdas vocales no estuviesen estropeadas.
Sintió los iris oscuros y penetrantes de Luzbel clavarse en su cuello, pero no
se dio la vuelta. No era una niñera. Luzbel era un peligro constante: Sus
trances en público la hacía vulnerable, las conversaciones con sus contactos
del Más Allá parecían una locura y, encima, tenía una tendencia odiosa a
proteger a los Humanos. Era un estorbo y su prioridad era
encontrar a su Goul. Una y otra vez, se repitió aquello, auto-convenciéndose,
ignorando una culpabilidad que no conocía.
Luzbel. La Medium. "Quomodo cecidisti de caelo, Luzbel, fili Aurorae?!" |
Luzbel se quedó
petrificada, como una estatua de hielo, allí, plantada con su Corazón Muerto
desbocado y la respiración acelerada. Tonta. Estúpida. Sin saber qué hacer.
No. No seguiría al Assamita, no era su “perrita faldera”.
Puede que no tuviese su fuerza física, que no tuviese una katana, pero sus
visiones y sus amigos espectrales resultaban de más ayuda que un arma afilada y
unos instintos homicidas.
El beso. ¡Maldito beso! ¡Maldito beso furtivo! El calor
subió como un recuerdo lejano, despertando una Mariposas que no debían estar,
que no tenía ni que existir. La Pasión… La Pasión que Orión había encendido en
cada poro de su piel, el roce de sus manos… La Trémere se mordió el labio
inconscientemente…
- Merde! Njörðr!
– Nunca antes había sentido algo similar, tan familiar, tan atrayente… Njörðr… Su
Pareja le esperaba en París. – Orión… Merde!
Luzbel se tragó los sentimientos que el Assamita despertaba en su Corazón Muerto y, al igual que hizo Orión, no miro atrás y, sin pensarlo, se dirigió hacia la masa zómbica que seguía arrastrando sus cuerpos deformes a través de las calles de la ciudad.
Si quieres saber cómo continúa... Memoria Fotográfica Capítulo 1 (Parte 2)
Luzbel se tragó los sentimientos que el Assamita despertaba en su Corazón Muerto y, al igual que hizo Orión, no miro atrás y, sin pensarlo, se dirigió hacia la masa zómbica que seguía arrastrando sus cuerpos deformes a través de las calles de la ciudad.
Si quieres saber cómo continúa... Memoria Fotográfica Capítulo 1 (Parte 2)
Nota para Curiosos: Los Clanes Vampirícos de este relato están extraídos del Juego de Rol "Vampiro: La Mascarada". Para más información y para aquellos que quieran echarle un ojo (O los dos ^^) este es el link El Rincón Del Vampiro ;)
Me encanta tu manera de escribir; siempre he admirado a las personas capaces de extenderse en un texto y no matarme del aburrimiento, y debo decir que lo has conseguido. Un abrazo, sigue así.
ResponderEliminar¡¡Oh!! Agradezco mucho tu opinión Valeria *-* A veces, me lío un poquitillo, por eso voy poco a poco... Y, sobre todo, me alegra mucho que no te aburra! ;) Gracias de Corazón! Un Super Besazo!! ^^
Eliminar:O
ResponderEliminarInteresate, interesante... Me encantan este tipo de personajes y las oportunidades de historias que generan!! Magnifico, seguiré leyendo a Orión y Luzbel :) :)
Un saludo, guapa
¡Ay! ¡Muchísisimas gracias por darme tu opinión! *-* ¡Aiiiixxx! No sé que decir... Porque llevo fatalmente fatal esto... Así que... ¡Gracias de todo Corazón! ¡Y a seguir dándole a las Letras! ^^
Eliminar¡Besis! ;)
Pero qué de recuerdos niña...
ResponderEliminarMola mucho, mucho. El rollo descontrolado de los instintos no-muertos de estos no-muertos le da una perspectiva diferente al mundo vampírico. Ya leeré el siguiente, pero por tu padre: SIGUE ESCRIBIENDO!!!!!