Estudie Magisterio porque quería enseñar, porque quería
cambiar el Mundo, ayudar a los Peques a ser mentes pensantes y no borregos sin
opinión… Lo que no sabía durante los tres años de carrera (Soy Diplomada, nada
que ver con Bolonia) es que lo genial no iba a ser lo que iba a enseñar, sino
todo lo que iba a aprender de los Peques, pues no hay nada más sorprendente y
mágico que la Educación que los niños nos pueden llegar a dar a los adultos si
se sabe ver y escuchar.
23 años. 23 años tenía cuando me dieron mi primer “destino”:
Dos trimestres. Una tutoría. De un 6º de Primaria. En una ciudad de mi
Extremadura. Un cole íntegro de gitanicos. Hijos de narcos de la zona en su mayoría.
Un cole de esos que se denomina de “Difícil Desempeño” por encontrarse en un
entorno marginal, desecho, de esos en los que nadie quiere acabar.
Una mañana del Segundo Trimestre me monté en el monovolumen
gris metalizado de la compañera con la que iba a viajar, pues mi primera prueba
como Maestra estaba a unos cuarenta minutos de distancia de mi ciudad natal. En
un barrio periférico, recogimos al A.L (Maestro de Audición y Lenguaje) y, los
tres, pusimos rumbo a… ¿Cómo denominarlo? ¿A la Locura? Sí. Locura. A una de
las Locuras más asombrosas y extrañas a las que me he enfrentado en mi vida, no
porque aquello fuese un caos que, en ocasiones lo era, sino por la cantidad de
contrastes que descubrí.
Cuarenta minutos aproximadamente. Cuarenta minutos de nervios.
De historias. De consejos. De “Empiezas por la puerta grande, ¿eh?”, “No sabes
dónde te has metido…”, “Te ha tocado el peor curso de todo el colegio…”
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Me acojoné! ¡Dioses del Averno!
¡Diablos! ¡Rayos y Retruécanos! ¡Maldita sea! ¿Cómo no iba a morirme de miedo
con semejantes palabras y antecedentes? Sí. Antecedentes. Antecedentes porque a
la tutora a la que sustituía estaba de baja por depresión. DEPRESIÓN. Por la
cantidad de putadas que a la pobre le habían hecho como… La que más y mejor
recuerdo es la de que los niños se cortaron el bello de sus partes íntimas y le
dejaron, esparcidos por su mesa, de regalo, pequeños y finos hilo de pelo
decorándolo todo. O.O U.U Y, que conste, que esto lo sé, no porque mis
compañeros me avisaran de los hechos en sí, sino porque mis queridos alumnos
tuvieron la amabilidad de contarme sus andanzas, acompañadas de la frase de “Maaaaaestra…
Si contigo somos muy buenos…” Y teniendo en cuenta que las únicas tres
incidencias “graves” fueron que una de las crías me llamo puta, un día me
robaron el pomo de la puerta y otro me dejaron una silla en el descansillo de
la escalera… Pues sí. Debo decir con rotundidad que sí, conmigo fueron buenos.
Demasiados buenos.
Pero me acojoné. No puedo negarlo. El primer mes fue
bastante complicado, ya no solo por algunas faltas de respeto y comportamientos
no muy adecuados para niños de esa edad, sino porque sus rutinas eran muy
básicas al no querer estudiar, ni tener un entorno detrás que los motivase y se
preocupase por la Educación en cualquiera de sus ámbitos. De 9:00 a 10:00,
solíamos hacer una especia de asamblea; De 10:00 a 11:00, simples cuentas de
matemáticas, algún que otro problema, algo de dictado y un poco de lectura; Y
el resto… Ahí era cuando todo se complicaba: En el resto. En llenar el vacío
que quedaba hasta las 14:00 de una manera que les resultase entretenida y que
fuese capaz de evitar cualquier tipo de discusión.
Hubo un momento clave. Un momento clave que marcó un antes y
un después en nuestras rutinas. Una de mis Anécdotas de Maestra que con más
cariño guardo dentro de mí. Un momento que me sirvió de aprendizaje, que, sin
lugar a dudas, marcó en ese punto personal e identificativo que todo docente
tiene en su metodología.
No importa si trabajas en un cole de “Difícil Desempeño” o
en el cole más… Más… Dejémoslo ahí. Da igual. El caso es que los Peques te
miden, te miden buscando tu Talón de Aquiles, esa debilidad que todos tenemos,
una rendija por la que colarse y ver dónde está el límite, hasta dónde puedes
llegar… Hasta dónde pueden llegar ellos.
P. Lo llamaré P por motivos de confidencialidad.
P era un crío de doce años, repetidor, con cierta tendencia
a esconderse debajo de la mesa cuando le reñía, con un ligero déficit cognitivo
y una curiosidad tremenda sobre el sexo, pues toda conversación solía centrarse
en dichos temas. Una mañana, con esa risa de loquito y chulería que mostraba
para que sus compis lo vieran como a un igual, se colocó a mi espalda y… “Maestraaaaa…”,
se hizo una pequeña pausa, con aquel Maestra dicho en ese tono tan
característico de los gitanicos, mientras meneaba las caderas al ritmo de una
música que solo estaba en su cabeza, “¿Quieres hacer el amor conmigo?”
Vale. Momento clave. Y digo clave porque en un solo segundo
te lo juegas todo. Todo. Absolutamente todo. De tu reacción ante una
provocación, ante aquella proposición que de indecente solo tenía descubrir mi
Talón de Aquiles, dependerá la relación con los Enanos los próximos meses…
Seré sincera. Ni pensé la respuesta, ni bajé como una
desquiciada a Dirección a poner un parte. Aunque esa última opción era la
esperada, la que demostraría que ellos me ganaban. No. La respuesta me salió
sola, de forma intuitiva, cómo si cerebro reaccionase mucho antes de que yo
misma fuese consciente de qué estaba diciendo. Así que… Así que solté un “No,
P, No eres mi tipo… A mi me gustan más hombres, más hechos, con greñas, ya
sabes….”
Momento clave.
Momento muy clave. Muy clave porque ninguno de mis Pequeños
no tan pequeños se podía imaginar semejantes palabras, ninguno podía imaginar
que no huyese como había hecho su tutora, que, de cachondeo y con gracia, les
siguiese el juego, su juego y, de esa manera tonta y estúpida a más no poder,
me gané su respeto, convirtiéndome en un “Ser Extraño”.
Y digo “Ser Extraño” porque otra de las anécdotas que tengo
grabadas en mi Memoria se dio durante un recreo en el que me tocaba guardia y
vigilaba sus conversaciones y meriendas de Sunny Delight y bocadillo (Todos los
días. Lo mismo. Lo compraban en su supermercado cercano. Todos los niños del
cole solían llevar la misma merienda.) No recuerdo muy bien de qué hablaban en
sí, pero sí la frase de “Le vas a comer la P*ll* a mi abuelo y…” Y se armó la
gorda… Me tocó llevarme al nieto ofendido (Como es lógico) y al magnífico
orador a Jefatura de Estudios, donde su tutor se encontraba, junto con la
psicóloga y la asistente social. Un hombre. Tres mujeres. Dos niños.
“Vamos M, cuéntale a tu tutor qué ha pasado…” M miró con una
expresión de “¿qué me estas contando?”, negó con la cabeza y dijo “No, maestra…
Que aquí hay dos mujeres y no puedo contarlo…”
Un segundo. Creo que mi rostro mostró alucinación y
sorpresa. Dos mujeres.
¿Qué soy? ¿Un extraterrestre? ¿Invisible?
“¿Y yo que soy?”, esa fue mi pregunta. ¡Joder! En serio, la
pronuncié con curiosidad, esperando escuchar cualquier barbaridad, esperando
oír cualquier otra cosa, menos lo que escuché.
“Tú eres hippy”.
Hippy. No soy hippy. Es decir, no creo que supiera lo que era
hippy. Pero para M lo era.
Un rato después, psicóloga y asistente social me cogieron
por banda y me estuvieron explicando que yo, como mujer, al vestir con
tachuelas, pinchos, con mi estilo propio y particular, no entraba dentro de su
cánones sobre cómo debe ser una y que, el ser distinta, al ser diferente a lo
que veían como normal, les había provocado un impacto.
Impacto. Lo cierto es que dicho impacto, el ser su Hippy, me
permitió llevarme a la Clase a mi terreno, a mi campo de juego… Descubrí que,
en el fondo, no eran tan malos como todos creían, tampoco eran Santos, pero… Lo
único que necesitaban eran que alguien tuviese el valor de sentarse y escuchar
qué tenían que decir, qué tenían que contar… Y empecé a conocerles, a
prevenirles, a hablar sobre sexo (Porque su información era casi nula y, bajo
la condición, de que nada saldría de allí, más que nada por lo que podrían
decir sus padres… Y me parecía importante que supieran cuidarse y cuidar a sus
futuras parejas…), sobre la Segunda Guerra Mundial (Tema que les encantaba, por
eso de que los nazis asesinaron a muchos gitanos.), sobre los Miedos, los
Sueños, el Futuro…
Pero no todo era hermoso. Ni dulce.
Había momentos muy tristes. Momentos en los que los miraba y
algo muy extraño se removía por dentro. Eran niños. Eran adultos. ¿O no? A
veces pienso que no eran ni lo uno ni lo otro. Te hablaban sobre la ilusión de
casarse, de formar una familia, de ese momento especial que es la pedida de la
novia… Y, a la hora, los veías en la alfombra jugando a las construcciones, con
los coches, coloreando, haciendo pulseras… Siempre me he preguntado si no es
más que una especia de adultez impuesta, programada por su cultura, niños que
no podía disfrutar de su infancia, pues debían prepararse, desde el momento de
su nacimiento, para un rol ya predestinado, como una etiqueta pegada por ser
hombre o mujer.
Momentos en los que B se pasaba una semana sin venir al
cole, porque su mami venía corriendo a buscarle, asustada, pues pesaba una
orden de ajusticiamiento sobre su familia, escapando de una reyerta entre
clanes. Procedentes del Sur, habían terminado allí, para empezar de nuevo.
¿Empezar? ¿Vivir con miedo es empezar?
Momento en los que escuchabas “Mi papá tiene polvo blanco
sobre la mesa del salón…” y sabías que el polvo blanco no era ni azúcar, ni
sal, ni harina… Momento en los que sabía que los Pequeños hacían de correos de
la droga…
Momentos…
Momentos en los que descubrí que tenía una colonia de bichos
anidando en mi pelo. Y no me avergüenza reconocerlo. Tuve piojos. Me pegaron
los piojos. Gajes del oficio. Putos bichos. ¡No se morían! ¡Joder! ¡Resistieron
a un tratamiento que me hice dos veces! Y los condenados seguían ahí.
¡Aaaaaargggggg! ¡Ascazooooo! Desde entonces… Desde entonces, tengo lo que
denomino el “Kit del Maestro” con repelente, loción, champú y liendrera en un neceser.
Porque sí. Porque unos malditos y putos parásitos no me van a alejar de los
abrazos ni de las muestras de cariño hacia los Peques… Aunque los odie a muerte…
¡A muerte y destrucción! Porque ser Maestra o Maestro es mucho más que dar
lecciones sacadas de un currículum lleno de objetivos, contenidos, competencias
claves y estándares de evaluación… Es mucho más de esa puta y maldita Ley de
Wert… Ser Maestro se siente dentro del Corazón.
23 años… Tenía 23 años y parece que hace la misma vida de
aquello… Tenía 23 añitos. Y, ahora, tengo 29. Y, gracias a los Dioses, he ido
saltado de cole en cole de “Difícil Desempeño” desde entonces.
Tengo una teoría sobre este tipo de coles… Como te gusten…
Como le cojas el gustillo a lidiar con Piojos, entornos desfavorables, pero
ricos en humanidad… Estas perdido. Estas perdido porque no quieres otra cosa,
no quieres descansar, te gusta la acción del día a día… Son retos personales,
pero, sobre todo y es algo que no me cansaré de repetir, no es lo que yo puedo
enseñar a esos niños, sino todo lo que puedo aprender, todo lo que me enseñan…
Será que hoy me he levantado sensible. Será que… Será eso.
Que hoy tengo la sensiblería a flor de piel… Será… Será que ayer me encontré
con parte de mi Pasado, en forma de música, de letras, de sensaciones, de
recuerdos… Será que soy una moñas… Que, en el fondo, aunque no quiera, siempre
lo seré…
Qué decirte, Campanilla, sino que me ha encantado este compartir tuyo de experiencias tan personales. Creo que yo no podría pasar por lo que tú has pasado y sigues pasando, ni tener ese punto de vista tan optimista y positivo, ni tener tanta paciencia... pero por eso mismo paso con mucho de los 29 y no soy profesora (bueno, lo fui durante dos años pero eran adultos en su mayoría). Realmente la vocación por tu profesión, una de las más importantes en esta sociedad, vive plenamente en tí, y ojalá que así sea por muchos años. En mi familia hay algunos maestros también y conozco de primera mano lo difícil que puede llegar a ser vuestro desempeño (y no me estoy refiriendo a impartir clases en centros conflictivos, sino a la mera tarea en sí) y todos coincidís en que no lo cambiaríais por nada. Bravo por vosotr@s!!
ResponderEliminarMil gracias por este valioso escrito, lo considero un regalo.
Un besazo, linda!!
Julia... Tus Palabras... Llegan a mi Patata con forma de Corazón *-* Lo cierto es que, día a día, veo cositas muy tristes, cositas por las que los niños no deberían ni pasar... Se me estruja mucho el Alma, sin embargo... Cuando me sonríen, cuando me abrazan, cuando leo las cartas que me escriben... Se me estruja mucho más, pero para bien ;) Porque los Enanos me dan mucha fuerza, no solo para afrontar mi Vida y ser un poquito mejor, sino porque hay que luchar por Ellos, para Ellos, para que puedan tener un Mundo un poco mejor...
EliminarMe faltan muchísisimas tablas, aún soy muy novata (O al menos, yo me siento así, cuando me comparo con los más veteranos...), pero trato de hacer Magia con lo tengo, con lo que sé...
Y, aunque hayas sido Profe solo dos añitos y aunque haya sido de adultos, sabrás que tiene sus complicaciones, pero que también tiene grandes satisfacciones... ;)
No! A pesar de los malditos Piojos (Ya he desarrollado una especie de 6º sentido para reconocer el picor ;P Hay que tomárselo con humor xDDD), no lo cambiaría por nada!! *-*
El regalo es que me hayas leído!!
Muuuchos Besis!! ;)