París. Marzo del 2014. "Un hedor a carne putrefacta y agusanada se colaba a través de las grietas de las rocas que sostenían los muros del castillo como un Susurro Invisible. Los pasillos, inundados de cuerpos que sudaban sangre, esperaban con ansia los chillidos que preceden a la muerte para poder descansar. La epidemia prolongaba sus acogedores brazos hacia cualquier ser viviente que se aventurase en las entrañas de la fortaleza, arrastrándolo al más allá sin piedad. El Miedo, como un ángel redentor, incitaba a la huida, al suicido como único fin. El Rey, sentado en su trono de obsidiana y rubíes, contemplaba con las cuencas de los ojos vacías, como sus súbditos le rendían pleitesía con gestos de horror y agonía. Cadáveres andantes que se mecían al ritmo de una melodía silenciosa que clamaba a los cielos piedad y misericordia. Y, entre aquel mausoleo improvisado de vieja roca desmemoriada, un llanto histérico de bebé se habría paso, a través del fuego pu