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El Vendedor De Poemas

Era un pequeño carromato de madera,  diseñado al más puro estilo steampunk. Es decir… Un carromato ambulante que, en algunas ocasiones, parecía un tanto destartalado. Sin embargo, en su interior, se podían encontrar todas las Palabras que existían en el Mundo. E, incluso, de vez en cuando, aparecía alguna que aún no había sido inventada.

En un cartelito colgante, en su costado izquierdo, se podía leer “VENDEDOR DE POEMAS”. Las Letras solían cambiar de color con cada estación del año y, si te atrevías a quedarte en silencio, podías escuchar a las diminutas musas jugar entre las sílabas.

Era un Poeta Sin Nombre, pues aún no había encontrado ninguna Palabra que se ajustase a quién era en Realidad. Había buscado en muchos libros, en cientos de ciudades perdidas y, una vez, hasta se arriesgó a buscar en el interior de una caja de galletas.

Pero… ¡Nada! ¡Su Nombre no aparecía por ningún lado!

Y, por ello, siempre buscaba la perfección en cada uno de sus Poemas… Al menos así, podría hacerse un huequecito en el peligroso mundo de la venta de poesías.

¡Que sí! ¡Qué era un mundo muy peligroso!

Aunque eso… ¡Eso es otra historia!

Tan especiales eran sus Poemas que, hasta la mismísima Reina de Corazones, le había hecho un encargo: ¡Escribir sobre cortar cabezas! ¡Pero rimando!

Para ser sinceros… ¡El Poeta Sin Nombre tuvo un poco de miedo! Pero, después de darle muchas vueltas, se presentó en la corte con un disfraz de guillotina. Y, claro, ¡la Reina de Corazones se puso como loca! ¡Le compró el Poema! Y, además, le regaló la última cabeza que había cortado. En una bonita pecera. Con un lacito. ¡Todo un honor!

Aunque eso… ¡Eso es otra historia!

Entre tanto honor y tanta venta de Poemas, nunca tenía tiempo para el Amor. De hecho… No le gustaba mucho escribir sobre algodón de azúcar, corazones de gominolas, cielos de purpurina… Y un sinfín de cursiladas que no sabía muy bien como conjuntar.

Hasta que la vio.

¡Sí! ¡Sí!

¡Hasta que la vio!

Porque, cuando vio a la Chica Más Bonita del Mundo Mundial, se metió un puñado de caramelos picantes en la boca, para no gritar de la emoción. Y, sobre todo, para disimular que se había enamorado, como en aquellos Poemas que no le gustaba escribir.

Ni corto ni perezoso, se pasó meses oculto en el interior de su carromato, buscando y rebuscando las Palabras más dulces, más bonitas, más tiernas… Que pudiera encontrar, para escribir el Poema más dulce, más bonito y más tierno que se hubiera escrito jamás.

¡Y lo escribió!

¡Ay! ¡Que sí lo escribió! ¡Doscientas páginas! ¡Ni una más! ¡Ni una menos!

Y, cuando se lo entregó a la Chica Más Bonita del Mundo Mundial, por fin obtuvo su Nombre.

Aunque eso… ¡Eso es otra historia!




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